viernes, 10 de noviembre de 2017

Voluntad y fe

Prueba de la Hakama de Raúl Jesús (Noviembre 2017) 

Mi trabajo para prepararla empezó convirtiéndose en algo exclusivamente físico. Tardé algo más en entender que podría llegar muy bien físicamente a la prueba pero que sería necesario trabajar otros aspectos, ya que no se puede olvidar que el cuerpo está totalmente subordinado a nuestra mente. Así empecé a tomar conciencia de ello y traté de mantener mi mente aislada, de no permitir que se instalaran pensamientos negativos, derrotistas. Después de algunos simulacros, volví e replantearme mi trabajo para la prueba. Durante los simulacros me disipaba intentando mejorar, analizar, buscar perfeccionar la caída. Pero esto me llevaba a perder la concentración, la respiración; en definitiva, me alejaba de una armonía ya de por sí bastante distante. Pensaba en el golpe seco del impacto, en mi manera de saltar, dejar hacer a tori, sujetar firme la muñeca de tori, levantarme con marcialidad, mantener una expresión marcial, no parecer cansado, etc. Con todo esto, se me hacía muy difícil coordinarme, así que acabé por entender que el trabajo de uke no iba consolidarse en esta prueba, que iría evolucionando poco a poco con el trabajo diario, la constancia y la búsqueda personal. La prueba de la hakama no debía ser un momento de análisis; debía darlo todo mí y para conseguirlo tan solo era necesario no pensar en nada, concentrarme en mi respiración y levantarme de nuevo. Con esta actitud avancé hacía el centro del tatami y saludé a tori.

Creo que el maestro sabía con antelación cuál era mi trabajo. Que mi mente estaba acuartelada en mi condición física y mientras pudiera dosificar mis fuerzas no tendría problemas. Así, poco a poco y de una manera constante, supo someter, rendir mi fortaleza física para desnudarme de ella y enfrentarme así a la última prueba abatido, agotado, consumido por la entrega, extenuado pero sin rendirme. En las últimas técnicas antes de la prueba final trabajé con él, y con otros compañeros que se presentan a examen de Dan. No existía  posibilidad de dosificar ni guardar nada, se lo debía a mis compañeros y… todos sabemos que cuando realizamos alguna técnica con Bruno intentamos ser más fluidos, más marciales, mejor de lo que somos y lo damos todo,  así fue como sin pensar en lo que quedaba ni lo que vendría apure mis últimas fuerzas con ellos. Cuando terminé las técnicas y me senté en seiza pensé que vendría otra técnica más y con suerte podría recuperar un poco de aliento. Sentía el corazón golpear en mi pecho, me faltaba el aire, me empecé a sentir molestias en muñecas, tobillos, y rodilla, pero pensaba que tras unos minutos para tomar el aire y bajar pulsaciones podría seguir un pelín más. En ese momento, abstraído y apresurado por recomponerme mis pedazos, Bruno me llamó para salir y terminar con la última prueba.
En ese momento se me cayó el mundo encima. No podía rendirme, pero estaba extenuado; las pulsaciones las tenía muy altas. Mi mente ya sin ninguna custodia física se enfrentaba a esta última prueba, la verdadera prueba. La lucha con uno mismo. Es ahí, en ese momento, cuando mi compañero, una vez más, entró en escena para liquidar, para lidiar con lo que quedaba de mí. Tras unos cuantos kokyunages, empecé a sentir el agotamiento como una losa, el dolor, caída tras caída se iba instalando en cada parte de mi cuerpo. Ése era el momento que temía y esperaba, mi cometido, mi trabajo: bloquear, aislarme de esa fatídica sensación. Desactivar los sensores de mi mente y dejando tan solo uno, el único necesario que como un mantra repiqueteaba en mi mente "Levántate".  No había ni rastro de marcialidad, ni elegancia, ni rastro de lo que era cuando empecé. Empecé a escuchar palabras de ánimo. Sabía que llevaba muy pocas caídas aún, no sabía cómo iba a llegar al mínimo que esperaba pero mientras tuviera fuerzas, aun lentamente, de forma ortopédica y con la cara desencajada por el esfuerzo, seguiría hasta que no pudiera más. Y así lo hice hasta que oí la palmada del maestro que ponía fin a mi prueba.
Mi prueba de Hakama ha sido una lucha contra mis límites pero no físicos; ha sido un encuentro con ese yo que mantenía guarecido y que no conocía. Bruno me acercó a él,  me lo presentó. El encuentro con nuestra voluntad de seguir, con el deseo de no desfallecer, la ausencia de opción a rendirse. La fe en el éxito si lo has dado todo día tras día, en cada entreno, porque mi combate seguramente ya está decidido antes de llevarse a cabo y yo sin saberlo. Con esas pequeñas e insignificantes victorias diarias, contra la pereza, contra el cansancio, contra la desidia y sobre todo contra la frustración diaria entrenar y sentir que no acabar de salir nada bien pero… volver otro día más para volverlo a intentar.
Durante estos casi 3 años en el Club, la hakama ha ido adquiriendo un sentido para mí, como adhiriéndose a ella diferentes significados a parte de los ya tradicionales del budo. Para mí, la hakama significa aprender a levantarse, es compañerismo; es ilusión y perseverancia; es entrega y obstinación; es mejorar, continuar y ser paciente. También significa negociar con la frustración de sentir que no se avanza, con el estancamiento, de que no sale nada, de que se va hacia atrás, incluso de sentir que uno acaba de encajar. Para mí la hakama son emociones de todo tipo con las que tengo que lidiar. Pero lo más importante es que significa haber tenido la oportunidad durante este tiempo de conocer y compartir entrenos y momentos con gente tan maravillosa.
En el Club Aikido Alcoy, esta prueba tiene una carga simbólica muy potente para todos nosotros, la esperamos con nerviosismo y la tememos con mucho respeto. Representa nuestro compromiso con el aikido, la voluntad en nuestro propósito de continuar en este tránsito y peregrinaje tan personal. La última parada previa al Shodan, tiempo breve de reflexión y de coger un nuevo impulso.
Quiero dar las gracias a todos mis compañeros por ayudarme a mejorar poco a poco y especialmente a Jordi y Javi, por aguantarme en los momentos de flaqueza y desánimo y darme su apoyo para continuar, y a Bruno Balaguer, mi maestro, por inspirarme sin palabras, solo con su actitud, convertirse con su ejemplo en el referente donde apunta mi brújula de guerrero, por su convicción, dedicación y amor por el aikido. Gracias por hacer de mi un aikidoka.

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