miércoles, 9 de marzo de 2016

LABRANDO UN CAMINO

Octavio tiene la impresionante capacidad para crear la atmósfera adecuada, signo distintivo de este maestro inconfundible, de una personalidad que le distingue visualmente de los demás por muchos rasgos de estilo que con ellos pueda compartir, particular en su kamae es capaz de construir una técnica enterrada en el tiempo con un pequeño gesto, sutiles pinceladas que nos pasan desapercibidas en un primer momento, pero que una vez advertidas se toma la real dimensión de este budoka, son mínimas expresiones y sentimientos que encierran el universo de cada acción.

Son técnicas que se caracterizan por una formulación lógica y cuidada, clara y precisa, en la que se percibe una nueva propuesta temática que va directa al corazón. Las técnicas son vivas y resuenan en el tatami por su carácter invectivo y didáctico, sacuden nuestro dormido espíritu y nos hace renacer con un ritmo marcado que induce a la acción.

Octavio parte de unas actitudes marciales fundamentales para llegar a unas posiciones y unas formas concretas, que pueden darse en estado puro o combinadas entre sí. Esas actitudes marciales se singularizan en determinadas manifestaciones técnicas. A su vez, estas actitudes (que pueden mezclarse durante la ejecución de la técnica) constituyen la base del aikido: irimi y atemi respectivamente. Dichas actitudes y sus manifestaciones se concretan también, en lo que se conoce como forma interior de la técnica, “una forma en la que el discurso se redondea y llega a constituir una unidad y un todo”.

El curso es un continuo proceso de intercambio comunicativo entre enseñanza y aprendizaje, que va más allá de lo físico para de esa forma poder interiorizarse. Parece considerar a la técnica como la manifestación de un signo cognitivo complejo: la técnica supone aprovechar los planos tanto interior como exterior para añadir significados, como ocurre con los kokyunages, por ejemplo, que serían usos estéticos sumamente efectivos de la técnica. De esta forma consigue establecer una correlación entre el plano exterior, (la técnica) y el interior, (mente y alma).

Persigue que su técnica insinúe, que sea la que transmita con sutileza el contenido, no es el fin solamente la técnica, sino mostrar también el interior expresando el sentimiento del instante y su estado espiritual a través de la correcta ejecución de los movimientos, busca los rasgos más específicos del momento sin entrar en detalles, nos regala de esta manera acciones casi filosóficas dibujadas en técnicas, y nos señala el camino para reaprender el equilibrio.

La ejecución de su técnica enuncia el principio estético del acercamiento de unidades con el uso de la no fuerza, enfocando la síntesis marcial del principio de repetición y ritmo.

De esta forma ha completado un curso marcialmente sólido, complejo, elegante en su estructura y delicado en su factura, un curso que propone denunciar el desorden mediante el orden de un estilo, el del AIKIKAI, no se propone inventar nada nuevo, sino sencillamente ordenar gestos y acciones, para construir una técnica fluida, demostrando con ello una clara vocación de enseñar. Al final es un aikido que habla de una suerte de verdad de lo presente en el mundo.

Qué nos han propuesto en este nuevo curso lleno de retos:

“En el curso aprendí,
que no es cuestión de correr,
sino de sentir y saber,
es importante, entendí,
mucho más de lo que recorrí,
lo que queda por recorrer...”

A Bruno le gusta la sorpresa y lo inesperado, en cada curso va un paso más allá del realismo para adentrarnos en el arte de las sensaciones, consigue que la técnica se pierda en el tiempo y se diluya en él, ya no es algo estático y cristalizado sino vivo y cambiante, consigue que nos pertenezca y que no se nos escape. Aleja de esta forma los recovecos que plagan nuestra mente; miedos y pensamientos desaparecen, lo que creíamos real o imaginario se ausenta para de esa forma adentrarnos en el mundo de las sensaciones y la intuición. Con este original planteamiento, ingrediente indispensable de la creatividad, consigue llevarnos hacía una mente libre, algo novedoso que nos aporta una visión nueva y singular sobre la técnica.

Me alegra ver como reconozco en este curso los pasajes de su espíritu reflejado en cada técnica, este es su mundo, sus propias sensaciones irradiadas en cada acción, en cada gesto y movimiento se puede observar sus gustos, aquello que intriga su mente y que me insta a escribir sobre ello, a opinar sobre la originalidad que imprime en sus cursos y que son el ingrediente esencial de la creatividad, sólo un espíritu diferente puede aportar una visión singular sobre el aikido y a su vez plasmarla sobre el tapiz del tatami.

Sus movimientos se caracterizan por el uso adecuado de los pesos, concebidos y realizados según el espíritu original, es un uso escueto y efectista, donde conviven la espiritualidad y la brillantez, sabiendo ir con sencillez al ángulo más profundo, auténtico rescoldo de una técnica que se antoja corta, pero que en realidad parecen la síntesis de largas meditaciones llevadas a la práctica.

Nos han mostrado que el aikido es una aventura hacia lo absoluto. Se llega a las posadas más o menos rápido, se recorre más o menos camino; eso es todo, pero también lo es todo. Es por lo tanto el aikido una forma de conocimiento de realidades profundas, una manera de acceder al verdadero significado de las cosas, más allá de las simples apariencias, es una expresión desnuda y sincera de la realidad.

Con un hasta la vista reflexionemos sobre este curso, donde se nos invita a participar de los pequeños momentos, los sutiles gestos y las grandes amistades reencontradas.

X Julio Maestre 


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