miércoles, 10 de abril de 2013

El verdadero triunfo


Aún no se me han enfriado los músculos y la adrenalina me corre aún por las venas (y seguirá corriendo durante un rato más, me temo), pero precisamente por eso quería ponerme a escribir justo ahora. Para cerrar este capítulo.
 
No sé si recordáis un post de hace unos meses, en el que contaba que estaba preparándome para la prueba de la hakama, que es el sello de la casa ideado por Bruno, nuestro maestro, para aprender a caer de verdad y demostrarnos a nosotros mismos lo que podemos hacer. Pues bien, compañeros y compañeras, después de más de tres meses, sobran las palabras.





Pero quiero ir más allá, porque este pedacito de tela es muy valioso no sólo por venir de Japón (y costar un riñón y parte del otro… ). Es valioso no sólo por ser la prenda que representa las virtudes del samurái. Tiene tanto valor porque simboliza el verdadero triunfo, el triunfo sobre uno mismo. Masakatsu agatsu, que dirían los japoneses.

La prueba de la hakama es dura. Requiere resistencia y fortaleza, tanto física como mental y espiritual. Lo más importante es la actitud, como dice Bruno. Intentar mantener la cabeza alta y la espalda erguida aunque uno se esté muriendo del cansancio. La clase es intensa y puede suceder que tengas que hacer la prueba tanto al inicio como al final de la clase, pero eso no ha de importar. Estoy contenta por haber aguantado todo eso, claro que sí. Hacer la prueba me ha demostrado que soy capaz de mucho más de lo que mi mente limitada considera. Es necesario rozar los límites para darse cuenta de eso.

No obstante, me siento satisfecha por algo mucho más simple. Y es que, a diferencia de las primeras veces, hoy no me he hecho daño. Estoy vapuleada y cansada, evidentemente, pero he caído bien. Quizás porque estaba en ese punto en el que piensas que ya no puedes hacerlo mejor, cuando te rindes y te relajas porque sientes que no puedes dar más de ti. Y es entonces cuando lo haces bien. No estás tenso, fluyes mejor, caes bien, golpeas el suelo con naturalidad. Encuentras la armonía, porque ya no hay objetivo. Y te das cuenta de que, aunque no lo pareciera, has evolucionado.

Pero aún quiero profundizar más. Decía antes que masakatsu agatsu, la verdadera victoria es la victoria sobre uno mismo. Sin embargo, nunca estás solo. Está tu maestro, está tu tori en la prueba, están tus compañeros y compañeras… Esta victoria no es posible sin ellos. Porque a veces te pierdes, te atascas o te desanimas, porque no sabes cómo hacerlo o cómo afrontarlo. Ahí es cuando los demás vienen en tu ayuda, para guiarte, tranquilizarte y darte ánimos. Son ellos los que, al final, te hacen ver que de veras has crecido y que tu esfuerzo tiene un resultado. Eso sirve tanto para el aikido como para la vida, y de algún modo, creo que en ese punto el aikido se eleva a la dimensión que O’Sensei quería transmitir. Porque en ese momento la victoria de uno es la victoria de todos, construida sobre el compañerismo y la armonía.

Por eso, quiero dedicaros a vosotros, a Bruno y a todos los compañeros y compañeras del Club, este post. Gracias por vuestra guía. Gracias por vuestras palabras de aliento cuando estaba desanimada. Gracias por vuestra consideración cuando sentía miedo. Gracias por creer en mí cuando yo dudaba de mí misma. Gracias por ese huracán de energía que me habéis regalado esta tarde, en el momento más crítico, inflamando mi espíritu. Y sobre todo, gracias por ayudarme a demostrarme a mí misma que soy capaz de más de lo que puedo imaginar.

Y ya me dejo de sensiblerías, pero antes de poner el punto final, sólo quiero añadir lo evidente: que cada victoria supone un fin y un principio. A partir de aquí, hay que seguir caminando.

Si es posible, sin tropezar con la hakama ;)


 Encarni

domingo, 10 de marzo de 2013

Video de los niños de la clase del martes

Aquí os dejamos el enlace a un vídeo de los más peques del Club de los martes por la tarde.

Entreno martes


Esperamos que os guste ;)


viernes, 8 de marzo de 2013

CURSO NACIONAL FERNANDO VALERO



Un nuevo año y un nuevo curso del maestro nacional Fernando Valero y de nuevo con los parajes blancos y las montañas nevadas y también de nuevo, supo como calentar el ambiente con un extraordinario curso, esta vez centrado en la armonía con el otro, que no se puede entender sin el concepto del Matsu Kokoro (El corazón de espera), sin precipitación, sin miedo, sin odio, sencillamente aceptando al otro.
                Esta idea empezó trabajándola con el boken, primero individualmente con algún ejercicio de Iaido y después por parejas.
                Dejó bien claro que con este tipo de trabajo no pretendía otra cosa que el armonizarnos con nosotros, con aquello que nos rodea y con el sable. En ese primer ejercicio de iaido realizado en suwari-waza, se partía de la posición de zazen y en el preciso momento de la acción, cerrabas la guardia comprimiéndote en tu centro, para que desde ahí toda esa energía comprimida se proyectase hacía la punta del sable, en un único gesto de estoica simplicidad y elegante pobreza, sin arrogancia; un movimiento, un golpe, un tajo, un solo momento.               
                Una vez entendidos y sí no entendidos al menos intuidos, estos conceptos e ideas, procedió a aplicarlos a las técnicas de Aikido, enfatizando en el desarrollo de la mente, el cuerpo y el espíritu hasta conseguir la completa armonía, que era la idea del curso.
                En cada técnica que realizábamos, incidía personalmente en que no cultivásemos sólo la parte física de la misma, la mental o la espiritual, sino que las armonizásemos entre ellas y con la acción de uke sin separarlas del entorno, que también podía influir en el desenlace final de la misma.
                Todo esto no se puede entender si no se tiene en cuenta, la primacía de nuestra actitud, la correcta posición y postura así como la precisión a la hora de ejecutar la técnica. 
                Al final lo que sí que quedo claro es que debíamos trabajar la correcta utilización del aiki (armonía con el espíritu) a través de los distintos waza (técnicas), viviendo ese momento, sin pensar, utilizando el instinto en los hábitos ya adquiridos, en movimientos reflejos.
                Ya para finalizar agradecer un año más a Fernando Valero, este curso de un elevadísimo nivel, valorando ese estilo personal que se caracteriza por la naturalidad, sencillez, sutileza y austeridad en los movimientos y el abandono de todo lo superfluo para quedarse con lo importante, así como la aparente asimetría de su técnica, perfectamente enclavada en ese preciso instante que es el ¡ahora!

Julio Maestre




Sari Aragones