Un nuevo año y un nuevo curso del maestro nacional Fernando
Valero y de nuevo con los parajes blancos y las montañas nevadas y también de
nuevo, supo como calentar el ambiente con un extraordinario curso, esta vez
centrado en la armonía con el otro, que no se puede entender sin el concepto
del Matsu Kokoro (El corazón de
espera), sin precipitación, sin miedo, sin odio, sencillamente aceptando al
otro.
Esta
idea empezó trabajándola con el boken, primero individualmente con algún
ejercicio de Iaido y después por parejas.
Dejó
bien claro que con este tipo de trabajo no pretendía otra cosa que el
armonizarnos con nosotros, con aquello que nos rodea y con el sable. En ese
primer ejercicio de iaido realizado en suwari-waza, se partía de la posición de
zazen y en el preciso momento de la acción, cerrabas la guardia comprimiéndote
en tu centro, para que desde ahí toda esa energía comprimida se proyectase
hacía la punta del sable, en un único gesto de estoica simplicidad y elegante
pobreza, sin arrogancia; un movimiento, un golpe, un tajo, un solo momento.
Una vez
entendidos y sí no entendidos al menos intuidos, estos conceptos e ideas,
procedió a aplicarlos a las técnicas de Aikido, enfatizando en el desarrollo de
la mente, el cuerpo y el espíritu hasta conseguir la completa armonía, que era
la idea del curso.
En cada
técnica que realizábamos, incidía personalmente en que no cultivásemos sólo la
parte física de la misma, la mental o la espiritual, sino que las armonizásemos
entre ellas y con la acción de uke sin separarlas del entorno, que también
podía influir en el desenlace final de la misma.
Todo
esto no se puede entender si no se tiene en cuenta, la primacía de nuestra
actitud, la correcta posición y postura así como la precisión a la hora de
ejecutar la técnica.
Al
final lo que sí que quedo claro es que debíamos trabajar la correcta
utilización del aiki (armonía con el
espíritu) a través de los distintos waza
(técnicas), viviendo ese momento, sin pensar, utilizando el instinto en los
hábitos ya adquiridos, en movimientos reflejos.
Ya para
finalizar agradecer un año más a Fernando Valero, este curso de un elevadísimo
nivel, valorando ese estilo personal que se caracteriza por la naturalidad,
sencillez, sutileza y austeridad en los movimientos y el abandono de todo lo
superfluo para quedarse con lo importante, así como la aparente asimetría de su
técnica, perfectamente enclavada en ese preciso instante que es el ¡ahora!
Sari Aragones
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