Jacinto consigue desarrollar su armonía. Ha
aprendido a asegurar que sus ideas no vayan a un ritmo distinto de su capacidad
de actuar. Un tempo invisible
fluye entre el ataque de uke y su reacción, asegurando un solo momento, una
sola nota. Es una prueba de unión de fuerzas, donde desaparece la ordinariez
para conseguir pulimentar al máximo su talento, convirtiendo su técnica en un
acto de moderación, sereno y elegante. Se percibe fuerza y fervor en sus
movimientos, para una vez acabada la acción, ver a un ser desnudo y sin cargas.
Un acto de honradez marcial en el que el corazón habla por sí mismo,
independiente del ego, otorgando un toque personal a su técnica, una técnica
por fin libre de estorbos.
Consigue
que el curso se encuentre enmarcado en la intimidad. Es el maestro en el
presente; no viene a revelarnos respuestas, sino a abrirnos caminos. Transita
por el curso como si de una geografía creada por él se tratara. No hay verdades
que ocultar, pues son realidades y técnicas que lleva impresas en la dermis
desde antiguo. Nace ante todo del uso de formas geométricas simples,
consiguiendo con ello evitar que sus acciones reflejen estados de ánimos
personales, que influyan de forma negativa en la unión con uke. SENCILLEZ Y
MODERACIÓN, ¡TODO NACE DEL CENTRO!
Bruno
inicia el curso tal y como lo conocemos, afín a su tránsito y a sus
preocupaciones estéticas, las mismas que ha defendido en sus clases promoviendo
una técnica expresiva y sincera. Versátil en su enseñanza, consigue acercarnos
la técnica, convocando el gesto con variaciones sutiles de los fundamentos,
escogiendo quizá aquello que dé cuenta, primero, de su mundo interior, y luego,
del universo de fuera que lo contiene y determina. No quiere movimiento, sino
desequilibrio; no quiere brazos, sino centro.
La
fusión de ambas realidades nos transmite un profundo trabajo labrado con sudor.
Desde esta perspectiva dual en apariencia, exigirá al alumno que indique a
través de la técnica la urgencia de su mundo interior, y en este rumbo, su
gesto abarcará el momento haciéndolo uno. De esta raíz surge su trabajo
personal, lleno de momentos, encuentros y manifestaciones, su técnica con sello
dactilar, la misma que habla del hombre abiertamente, consagrándolo al AI (la armonía).
Es
pues la idea de la armonía la que se vuelve provocadora e innovadora, la que
nos estimula e invita a sentir y descubrir el arte de la no confrontación. Ésta
es la cuestión que se nos presenta al visualizar a los dos maestros; dos
planteamientos separados en el tiempo pero a la vez próximos desde su esencia
propositiva.
Ha
sido un curso que me ha traído una frase a la cabeza: “Ha llovido mucho, pero
este año he decidido volver para comprobar si aquellos recuerdos eran ciertos.”
Y sí lo eran, alumnos de Tomás, alumnos de Tamura. Esa herencia sigue viva.
El primer y último episodio del curso fue el trato que se
nos dispensó: amable y sincero. Jacinto y su esposa fueron los perfectos
anfitriones; no fallaron en nada, todo perfecto. Nos prometieron devolver la
visita. Esperaremos estar a la altura de semejante reto, aunque el listón lo
pusieron muy alto.
Hemos aprendido que en el reino de las hakamas también se
crean amistades que traspasan las esteras del tatami. Son vínculos que nos unen
con lazos invisibles a nuestros oponentes, sin que sepamos muy bien el por qué.
Tal vez sea porque en ese pequeño instante en el que se ejecuta la técnica, o
se recibe el ukemi, nace la armonía y surge el ai, el auténtico vínculo
de unión.
X Julio Maestre.
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