La senda es la prescripción de los movimientos mecánicos en aras del cultivo de sensaciones, de la etiqueta, de una mente clara y de una presencia absoluta que absorba la intención del adversario.
En definitiva un concepto global según el cual se debe buscar la daisho, una alianza entre sensación y técnica, ya que ambas caminan juntas en el Aikido.
Octavio comenzó el curso con una propuesta que transmitía un mensaje de calma y lucidez en medio de la vorágine de la agresión. Un despliegue de energía y compromiso con los asistentes, proponiendo un curso enérgico y evolutivo, heredero del anterior, como consecuencia de una alternativa fresca y original que surge y enraíza con la tradición más pura.
Enseguida se ve que se encuentra cómodo, y que pone todo su temple en entusiasmarnos, en guiarnos, en abrirnos nuevos horizontes.
A medida que avanzamos en el curso, las sugerencias nos colapsan, y no damos abasto a todas las cosas nuevas que tenemos que visitar con urgencia, antes de que se enfríe el rescoldo de la técnica propuesta, como por ejemplo los diversos nage. Y sin embargo, lo que mantiene la tensión del curso no sólo es el elenco de técnicas poco conocidas y muy interesantes, sino la pugna constante por la imposición de una corriente estilística dentro del Aikido. Ya que cultiva un estilo con una fuerte impronta japonesa, con formas más inexpresivas y actitudes más firmes, nada de filigranas ni de gestos ampulosos y de dudoso gusto. La propuesta, seguir el ataque y no detenerlo, evolucionar con él y sentirlo.
Es un Aikido que sintetiza la pugna entre dos concepciones marciales existentes, y que enfrentan lo retórico a lo escueto.
Su versión de la técnica nos ofrece una modulación en la ejecución de la acción subordinada a la interpretación de Tori, y al contexto de recepción, así como a las exigencias del ataque. Dicha propuesta se aleja de la rigidez estructural, acercándose a una concepción más prosaica, que confiere a la técnica, flexibilidad y fluidez, dulcificando el gesto, lo que conlleva la supresión de características no deseadas, tales como pesadez de hombros, rigidez en el cuello, pecho hundido, codos altos... iluminando el momento del encuentro y la ejecución del movimiento, para de esa forma, conseguir construir sensaciones y no recuerdos.
Para acabar agradecer que no perdiese el tiempo en filigranas retóricas ni en argumentos especulativos, reconociendo su estilo ágil y esmerado, directo y alejado de la prosodia versallesca que caracteriza a menudo el mundo de las artes marciales, haciendo valer el derecho del Aikido dentro del budo.
En cuanto a los asistentes, que decir, un trabajo marcial, serio y lleno de contenido. A los venidos de Madrid, gracias por sus aportaciones, pues es savia nueva. A los de Alicante, que siempre es agradable volver a trabajar y aprender con ellos, y en cuanto a mis compañeros de Alcoy, sólo gratitud, pues sin ellos no podría progresar en el Aikido.
Julio Maestre.
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