El
polideportivo está rodeado por una naturaleza verde y frondosa, fruto de la
riqueza interior de las sierras de Aitana y Mariola que las pasadas lluvias han
vuelto exuberantes, con ese espíritu entramos en el tatami.
El
curso lo comenzó El maestro Bruno, con el tradicional Mokuso (acción de calma interior), que te prepara a ser consciente
interna y externamente al mismos tiempo y a conservar la tranquilidad de la
mente dentro del movimiento, armonizando respiración y mente.
Siguió
y ese fue el fundamento de su clase con ikkyo, dejando claro que cada ikkyo es
diferente al anterior, que se deben de ejecutar como un vacío sereno, como una
hoja de papel en blanco, con el espíritu del hibi shoshon (espíritu del principiante renovado día a día), un
mundo de sobriedad y serenidad que te invite cuando la ejecutes a la estoicidad
y a la acción sin precipitación.
En
ikkyo el de-ai es fundamental, pues
en el momento del encuentro se ha de tener una plena consciencia de nuestro
centro y el del adversario, para que no exista conflicto, provocando en el
momento adecuado la renuncia a toda lucha, gracias a la sugestión infinita que
produce el vacío.
Siguió
la clase Octavio de la Mata, centrándose en la técnica, que en Aikido es la que
crea la armonía a partir del conflicto, recrea la unidad a partir de la
dualidad. Nos propuso manejar la técnica con lucida intuición en un concepto de
unidad, de interrelación con cuanto nos rodea, en una concepción original y
atávica que va más allá del pensamiento y lo transforma en pura energía en
movimiento.
Para
conseguirlo, hemos de consentir que el ataque penetre y domine nuestro cuerpo,
exigiendo una capitulación completa del yo
(en este punto incidió varias veces durante el curso) y de nuestra mente,
permitiendo que el cuerpo se entregue a esa invasión para luego redirigirlo con
un virtuosismo técnico basado en movimientos biomecánicos, unidos al centro de
gravedad y al eje del movimiento entre ambos oponentes, con la proyección de
una energía potente acumulada en nuestro abdomen inferior, dirigida a un único
punto, todo ello coordinando el shin-gi-tai
(espíritu-técnica-cuerpo), la unión de lo mucho en la unidad, la
visualización práctica del concepto haragei.
Para
lograr todo lo que propuso, dejo claro que hay que conseguir moverse de la
forma más eficiente y económica posible. La mente, el cuerpo, los miembros,
todos se han de mover como una unidad, conducidos por la intuición, en un
estado de no-pensamiento, la mente se convierte en ku (vacío).
Ambos
maestros coincidieron en que en cada técnica, la fusión entre uke y tori se ha
de producir creando un lazo de unión material y profundo, con movimientos
circulares y a la vez firmes, que transmitan la armonía natural y el poder del
vacío, representando un todo armonioso producido por una conjunción de fuerzas.
Ese instinto inicial agresivo de choque, es llevado a la unión de dos, creando
un todo renovado.
En
definitiva, viendo a los dos maestros, lo que nos ha quedado claro, es que
nuestra actitud ha de ser de una simplicidad perfecta y exquisita, recia y
serena, que transmitan paz y armonía, sin ningún temor. Que en ese momento, en
el murmullo del combate, en la soledad del momento, se ha de oler el aliento
del gesto de tu oponente, pues el Aikido es budo y en el budo no hay segundas oportunidades.
A Bruno
nuestro maestro, sólo podemos decirle ¡gracias! y que procuraremos seguir la
máxima de ese gran maestro del sable: que
el maestro se vuelva aguja y el discípulo hilo, y que los dos entren sin
descanso. Esa es la senda del do y ese es el camino que queremos seguir.
A
Octavio nuestro presidente, que no esperábamos una mejor respuesta a nuestra
invitación, que su clase fue profundamente didáctica y constructiva, generosa
en cuanto a explicaciones y humilde en sus respuestas. Su técnica nos pareció
precisa y el enfoque técnico adecuado, su idea de combatir nuestro ego, nos sugiere otro camino, el
sendero de la razón.
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