Desde que di con él, el
aikido ha sido para mí la mejor manera que conozco de vencer a mi
cerebro hiperactivo. Hiperactivo en el peor de los sentidos, claro.
Un cerebro que busca la menor oportunidad para zambullirse en un
maremágnum de fútiles diálogos internos que para lo único que
sirven es para gastar energía inútilmente.
Pulir las técnicas y las
bases cada día, hombro a hombro con mis compañeros y compañeras.
Saber que estoy en un camino de mejora y aprendizaje que
afortunadamente no acabará jamás, pues qué aburrido si llegase un
punto en el que no hubiera nada que aprender... Todo ello me ha
ayudado a darme forma a mí misma como nunca habría imaginado. Y
aunque mi mente sigue siendo un caballo desbocado, como dice uno de
mis maestros, cada vez le doy menos importancia a sus intentos de
llamar la atención. Y eso me ha sentado de maravilla.
Llevo practicando aikido
desde hace ya más de dos años, que no es mucho pero no es poco, y
me encuentro en un punto de inflexión muy importante para mí como
practicante de kyu: la prueba de la hakama. La hakama, esa prenda que
simboliza las virtudes del guerrero.
Mi punto de vista acerca
de la prueba ha cambiado con la experiencia. Cuando veía a mis
compañeros enfrentarse a la prueba sólo pensaba en el aspecto
físico de la misma. Y de hecho, cuando pasé el examen de 2º kyu lo
primero que me dije fue “si quiero pasar la prueba, voy a tener que
salir a correr muy en serio para coger fondo”.
Pero eso era antes de
enfrentarme a la prueba. He practicado las caídas unas seis veces. Y
sigo pensando que sí, que es necesario que me ponga más en forma.
Sin embargo, cada vez que he intentado la prueba ha sido diferente, y
mi estado físico no ha variado. Ya me lo avisaba Bruno el otro día.
“Está todo en la mente”, me decía. “A las veintiuna caídas
ya te he oído decir que no podías más, y sin embargo has acabado
las cuarenta”. Y tiene toda la razón.
Creo que en el aikido,
como en la vida, te vas enfrentando a tus limitaciones. Son
limitaciones irreales, autoimpuestas por el miedo, la estrechez de
miras o la costumbre, y todas ellas van cayendo de una en una con la
práctica diaria. Sin embargo, no sé si será así para todo el
mundo, pero para mí la prueba de la hakama va a ser una de las más
duras. Físicamente, siempre me ha costado mucho caer y rodar. Pero
va más allá. Ya os digo, creo que hoy ha sido la sexta vez que lo
he intentado y he tenido que enfrentarme a un montón de nervios,
miedos y complejos que llevo arrastrando mucho tiempo y que no se
hacen realmente evidentes hasta que te ves obligado a encararte con
ellos de esta manera.
Qué puedo deciros… La
verdad es que lo he pasado mal, y lo seguiré pasando mal, y que me
quedan muchas limitaciones que vencer. Pero a pesar de todo voy a
seguirlo intentando. Voy a seguir aprovechando cada oportunidad de
plantarle cara a mis debilidades. Porque es lo que quiero. Porque me
siento bien, aunque cueste y duela. Porque a los miedos sólo se les
vence cuando se les mira de frente. Y porque la altura del escalón
no debe frenarte si tu verdadera voluntad es seguir subiendo.
Así que a los que os
sintáis identificados con esto, os digo (y me digo a mí misma):
¡ánimo y a darle duro al tatami!
Encarni
1 comentario:
Animos y ya verás como a medida que continues practicando, lo que hoy te parece un handicap, dejará de parecertelo.
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