El pasado sábado 26 de mayo algunos miembros del Club dejamos atrás
el tatami para pisar un poco de tierra y hacerle un homenaje a Jose,
como siempre, por todo lo alto: subiendo a la cima del Benicadell. Esta
cima se encuentra al norte de Alcoy, más allá del embalse de Beniarrés y la albufera de Gaianes.
Desde el pueblo de Beniatjar, comenzamos la subida por la
umbría siguiendo una pista de grava. Dejamos los coches en una caseta
forestal y nos preparamos para el ascenso. Ya desde allí, teníamos ante
nosotros una vista impresionante del valle, un tapiz bordado de verdes
cultivos y adornado aquí y allá con pequeñas masías blancas.
El
primer tramo lo hicimos por la misma pista forestal por la que habiamos
subido con los coches, pero pronto la dejamos atrás para caminar por
una preciosa senda que, aunque empinada, era muy agradable de transitar.
Rodeados de pinos, fresnos, carrascas, durillos, madreselvas y otras muchas
plantas que celebraban la primavera con sus flores,
ascendimos a la sombra del Benicadell a buen ritmo. Los niños que venían
con nosotros demostraron una entereza digna de dos pequeños guerreros.
Conforme
subíamos a la cresta del Benicadell, la montaña se abría a nuestro
paso, llenándonos con esa sensación de inmensidad y majestuosidad que se
siente cuando se mira el mundo desde la perspectiva de las aves. Nos
paramos a almorzar bajo la bienvenida sombra de una enorme carrasca, que
nos alivió de la fuerza del sol en aquel día tan claro. Poco nos
quedaba ya para coronar la cima.
En el pico del Benicadell descansamos y nos relajamos. Como de
costumbre, escogimos un rinconcito donde hacer la placa conmemorativa
para Jose, al lado del punto más alto. Hecho el trabajo de albañilería,
volvimos a ponernos nuestros keikojis y nos dispusimos en círculo para
meditar juntos. No fue fácil. Además de que no dejaban de llegar grupos
de personas que se extrañaban al vernos a todos vestidos de blanco y
cogidos de las manos, un helicóptero pasó muy cerca varias veces. Un montañero
había sufrido allí mismo un ataque al corazón esa mañana. Ése fue el
único aspecto negativo de la jornada.
Pero bueno, guiados por las palabras de Bruno, finalmente
conseguimos centrarnos. Me permitiréis que exprese lo sobrecogedor que
me resulta que personas diferentes unan sus conciencias y su energía, y
juntos la proyecten al mundo, al igual que el mundo la proyecta en
nosotros. Desaparece toda separación y todo se vuelve uno. Cuando una
abre los ojos más tarde, parece que los colores son más brillantes, el
aire más puro y el mundo más vivo. Y una no puede más que reverenciar su
grandeza.
El descenso fue muy rápido y cómodo, con algún resbalón que otro
en los pedregales. Bajamos muy relajados, comentando anécdotas del mundo
del Aikido, tanto propias como ajenas. Nos cambiamos de ropa, cogimos
los coches y nos fuimos a comer casi todos al área recreativa de Sant
Cristòfol, el monte sobre el cual se alza el castillo de Cocentaina,
arropados con la calidez del buen compañerismo. Porque, como reza el
dicho japonés, la vida es nuestro dojo y también debemos llenarla con la armonía
que el Aikido nos enseña.
Encarni
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